Aquí se habla de la dificultad de resistirse a dos de las fuerzas más poderosas de la vida: el amor y la suerte. El refrán reconoce que tanto el amor como la fortuna tienen un gran poder sobre las personas, llevándolas a actuar de maneras que no siempre pueden controlar. El amor puede hacer que uno actúe irracionalmente, mientras que la fortuna (ya sea buena o mala) puede cambiar drásticamente el curso de la vida de una persona.