Este refrán enfatiza la naturaleza impredecible del futuro. Mientras que el pasado («ayer») es conocido y comprendido, el futuro («mañana») es desconocido y no puede ser visto con certeza. Es un recordatorio para vivir el presente sin preocuparse excesivamente por el futuro, y para tomar decisiones conscientes sabiendo que el mañana siempre lleva un elemento de incertidumbre.