Este refrán destaca la importancia de tener buenos ayudantes o colaboradores. Sugiere que incluso un buen capellán (o cualquier líder o profesional competente) puede ser superado por la excelencia de su sacristán (o asistente). Enfatiza el valor de aquellos que trabajan detrás de escena y contribuyen significativamente al éxito de un proyecto o empresa.