Utilizado de manera irónica o humorística, este refrán se dice cuando alguien de dudosa reputación o habilidad va a hablar o dar un consejo. Las «ranas» representan a los oyentes y el «sapo» a la persona que va a hablar, sugiriendo una situación en la que quien habla no es necesariamente más sabio o respetable que los que escuchan.