Este refrán juega con la idea de que la leche es un líquido suave y puro al que no se le debe agregar nada («nada le eches»). Sin embargo, cuando se mezcla con aguardiente u otra bebida alcohólica, puede volverse más fuerte y valiente. Es una forma humorística de expresar cómo la combinación de elementos inesperados puede cambiar drásticamente una situación.